PLANTA ANCAP DOLORES

A a manera de prólogo

 

   La sirena de la planta Ancap de Dolores era un clásico. Anunciaba el cambio de turno. Antes habían bajado hacia ella de manera rauda los que debían marcar entrada. Luego, ya más cansina y en pelotón, volvían los que habían cumplido jornada. Todos en bicicleta, el único en una moto Honda destartalada era el flaco Bahuoffer.

   Conocíamos a todos, eran los padres de nuestros amigos de infancia. Con algunos íbamos a la escuela. Más tarde o más temprano, nos encontraríamos en una Dolores donde se podía jugar al futbol en la calle, en la plazoleta Romero o en la plaza de deportes.

   Éramos felices con poco. Ese centro de acopio de combustibles daba trabajo a muchos, no pagaba mal y los empleados tenían sus beneficios. Gracias a eso se construyeron familias. Y los hijos, recibimos alimento, educación, salud y principios de ver a nuestros padres y amigos, trabajar en algo que a ellos les generaba mucho orgullo.

   Lo bueno no duró mucho y sentíamos el nerviosismo del viejo y de sus vecinos. Que en Carve hablaban del tema, en el diario salía una nota. La cosa que un día la planta se cerró.

   ¿Por qué?

   Algunos se jubilaron, otros fueron trasladados a las plantas de Paysandú, Montevideo, Treinta y Tres y Juan Lacaze. El resto  pasaron a planilla de disponibilidad para ser redistribuidos a OSE o Aduanas.  Mucho desarraigo.

   Los amigos, la gran mayoría, se fueron. Mucha amistad quedó en stand by. También se cortó la posibilidad, por recambio generacional, de acceder a esa fuente de trabajo.

   Alguien al decretar el cierre de operaciones de ese depósito, no tuvo en cuenta los daños colaterales.

   Lo peor, vino con el paso del tiempo: el silencio.

   No de aquella sirena. De cualquier referencia a la vida de la planta.

   En internet casi nada, dos o tres citas. Curiosamente, en lo que respecta al ente oficial y a sus vías institucionales de comunicación, poquito. Dejo constancia, me falta revisar los diarios de época.

   Gracias a las nuevas tecnologías de la información, me volví a encontrar con los amigos, entre ellos Juan  Pozzolo.

   Su generosidad, de tiempo y sabiduría, me contestó muchas preguntas sobre esa dependencia estatal que lo tuvo como protagonista. La idea es un rescate del acontecer de aquel grupo de funcionarios ancapeanos en Dolores, servidores de la comunidad.

   A la memoria de mi padre, don Carlos Ferreira Alvarez, sin olvidarme de don Pedro Fernandez nuestro Padrino, de don Juan Pozzolo y los que cita, todos dignos funcionarios, nuestros buenos referentes. Obviamente el tiempo y la memoria nos juegan en contra, pido las disculpas por las omisiones.

   Porque el nuevo silencio, no el de la sirena, me resulta ensordecedor

Comentarios

Entradas populares de este blog